Javier Cremades, abogado y presidente del bufete que lleva su apellido, está explorando hasta dónde pueden llegar los límites de la soberbia humana.
Cuando lo miro en las fotos y leo su currículo pienso que me haría muy feliz tenerlo como yerno, pero luego veo hasta dónde le está llevando su ego y creo que, si se diera tal caso, solo desearía que al final el Tribunal de la Rota me librara de esa bendición.
El contrato que perpetró y del cual mucho se ha hablado demuestra una habilidad genial para no asumir ni obligaciones claras, ni plazos concretos, mientras da a entender que iba a ser gratis y ya se ha superado el millón de euros facturados más lo que vaya viniendo. Para lograrlo, además de destreza, se debe tener en frente a un grupito de tiernecitos boy scouts como clientes.
Es muy difícil probar el incumplimiento del acuerdo por parte de Cremades, al tratarse de una sucesión de ambigüedades cuya interpretación favorecerá siempre su postura, hasta el punto de atribuirse el derecho de lanzar su informe a los medios de comunicación y redactar esa cláusula como si de una pesada obligación se tratara cuando, al parecer, es de lo que más le excita.
El plazo tampoco es fijo, por tanto, señores de la CEE ahórrense este ultimátum. Y el siguiente. Y el siguiente. Y el siguiente. Porque se hará cuándo, dónde y cómo él decida y así quedará muy clarito ante el mundo que logró poner de rodillas ante su persona a los pastores de la Iglesia de Cristo.
Humanamente esa victoria parecerá nítida, pero existe un peaje extraordinariamente caro que tendrá que abonarse. Por un lado, la pertenencia al Opus Dei pregonada nítidamente ante los obispos antes de firmar el contrato, ya no le servirá en el futuro porque su comportamiento lo está retratando y probablemente personas, empresas, fundaciones, congregaciones, órdenes religiosas, diócesis, cristianos comprometidos, incluso miembros de la propia Obra, se preguntarán si es conveniente ponerse o poner sus empresas en ciertas manos cuando requieran servicios como los ofrecidos por su despacho.
Por otro lado, aunque El País, o el Grupo Prisa hayan sido sus clientes muchos años antes que los obispos y hoy como trofeo exhiba esas colaboraciones en Wikipedia, el periódico no va a tener excesiva piedad a la hora de zurrarle en sus páginas, como no la tuvo antes.
Al Opus Dei, como institución digna y libre de toda culpa en el asunto Cremades, le empieza a salpicar ya la actuación de uno de sus miembros y, aunque de momento se mantiene al margen, inevitablemente y más pronto que tarde, se verá obligada a dar un paso al frente y desvincularse públicamente de la actividad de este hijo suyo quien con su proceder, la está comprometiendo sin ningún tipo de consideración.
Pensándolo bien, lo de Cremades no es una victoria amarga. Es una triste huida hacia adelante.
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