Este próximo mes de octubre dará comienzo la fase final del controvertido Sínodo de la sinodalidad.
Aunque en no pocas ocasiones el Papa Francisco ha insistido en remarcar que el Sínodo “no es un parlamento”, lo cierto es que los movimientos y grupos interesados en hacer del Sínodo su particular Concilio Vaticano III bajo el falso pretexto de adaptar la Iglesia católica a los tiempos actuales, están tomando posiciones.
La gestión de los casos de abusos, cambiar la doctrina sobre la homosexualidad el celibato o la ordenación de mujeres estará encima de la mesa, además de cuestiones de tipo ecologistas. Quien sabe si de este Sínodo saldrá un nuevo pecado en el catecismo por no reciclar o por arrancar hojas de los árboles.
Este Sínodo tiene como novedad que por primera vez en la historia de la Iglesia, además de los obispos tendrán voz y voto laicos. El Sínodo, que es cosa de los obispos, tendrá que lidiar con personajes con intereses contrapuestos con la moral de la Iglesia que han sido designados directamente por el Papa Francisco para participar.
Son pequeños guiños los que legitiman que la desconfianza de muchos católicos a este Sínodo sea grande. El Relator oficial del Sínodo es el cardenal luxemburgués Jean-Claude Hollerich, conocido por ser del ala más progresista dentro del colegio cardenalicio. El pasado mes de octubre, el Papa invitó a la teóloga Cristina Inogés a predicar una meditación delante de él con la que se inauguraba la fase continental del Sínodo. Inogés, se formó en una universidad protestante y es conocida por sus posturas heterodoxas y heréticas. A pesar de ello, fue invitada a Roma y es habitual verla recorriendo distintas diócesis españolas impartiendo charlas y sesiones a sacerdotes y religiosos invitada por sus respectivos obispos.
Por ahora, son pocos los obispos y cardenales que públicamente han alzado la voz para advertir de lo que puede ocurrir con el Sínodo. Obispos como Joseph Strickland (EEUU), Athanasis Schneider (Kazajistán) o cardenales como Müller o Burke son las voces más críticas en estos momentos con el futuro Sínodo.
Mientras tanto, en España el silencio es estremecedor salvo escasas excepciones que tímidamente y con mensajes indirectos sostienen posturas poco oficialistas.
Aunque aún quede un mes para que comience la discusión en Roma, más el tiempo posterior a que el Papa escriba las conclusiones del mismo, me atrevo a señalar que el Sínodo será un fracaso. Lo será porque habrá vencedores y vencidos y no podemos olvidar que muchos grupos de presión esperan sacar rédito y cambios concretos dentro de la Iglesia. Si no lo consiguen, volverán a la carga contra la Iglesia pero desde fuera. Si por el contrario el Papa se atreviera a plantear algún cambio profundo que tenga relación con el depósito de la fe nos enfrentaremos a un escándalo mayúsculo que provocaría un terremoto en el seno de la Iglesia.
El Sínodo, cuya participación en el caso de España ha sido irrisoria por parte de los fieles, solo ha sacado a relucir las tensiones existentes dentro de la Iglesia para ahondar en ellas y polarizar aún más. Este próximo Sínodo de la Sinodalidad marcará un antes y un después: o se apuesta por defender el Magisterio recibido en el Evangelio y por la tradición apostólica o se cede ante la protestantización de la Iglesia católica.
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